Comentario
Las dos últimas décadas del siglo XII, con la Orden plenamente asentada, son de una gran actividad edificatoria. Prácticamente todos los monasterios o, cuando menos, los más significativos (habrá que exceptuar, como es obvio, a aquéllos que no se incorporan al Instituto hasta la centuria siguiente) empiezan a levantar sus fábricas definitivas. Al valorarlas conjuntamente se detecta en ellas, por un lado, la persistencia de fórmulas de progenie ultrapirenica, básicamente borgoñona, como acontecía hasta ahora. Pero por otro, muestran la aparición también de planteamientos que denotan ya una permeabilidad a las sugerencias del arte local. Este hecho, por su novedad, nos confirma que estamos en una nueva etapa de la implantación monumental de la Orden en el Reino de León.
Un edificio, la iglesia del monasterio de Sandoval, León, debe reclamar inicialmente -por cronología, lógicamente, y también, como se verá, por su significación- nuestra atención. Presenta una planta de cruz latina, con tres cortas naves -sólo tres tramos-, crucero saliente, con dos tramos desiguales por brazo, y cabecera compuesta por tres capillas semicirculares, la central destacada, todas precedidas de tramo recto presbiterial.
La construcción de este templo se llevó a cabo en dos etapas muy diversas estilística y cronológicamente. Solamente nos afecta aquí la primera, ya que la segunda -a la que pertenece, a partir del segundo tramo, el cuerpo longitudinal de la iglesia- principió, según atestigua una inscripción, en el año 1462.
Lo realizado durante la primera campaña (cabecera, crucero y primer tramo de las naves) es tan similar a lo que ofrece la fábrica de Moreruela (Vid., entre otros, rasgos como el tipo de cubiertas utilizadas en los ábsides, perfiles de nervios, sistemas de apeo, modelos de capiteles y otros), que hay que pensar que su ejecución es producto de la actividad de un taller de formación y extracción morerolense. Este parentesco, valioso por lo que de prestigioso tiene para la abacial de Sandoval, posee también un interés suplementario innegable para la iglesia de Moreruela, ya que, debiendo ser datado el inicio de Sandoval, vista la evolución de su dominio, alrededor de 1180, viene a confirmar con rotundidad impresiones derivadas del análisis minucioso de la empresa que la inspira: que sus trabajos, superados los problemas del arranque, se desarrollaron con gran rapidez.
La iglesia de Sandoval, además, debe tenerse muy en cuenta al examinar la del cenobio de Santa María de Gradefes, León, situado por cierto, no muy lejos de Sandoval. El templo de Gradefes, concebido a gran escala, más notoria, si cabe, al estar destinado a una comunidad femenina, quedó incompleto. Tan sólo se levantaron, de acuerdo con el proyecto inicial, la cabecera, la zona baja del crucero y parte del muro meridional del cuerpo longitudinal. La cabecera, en planta, ofrece inequívocos puntos de contacto con el esquema utilizado en Moreruela (repárese, sobre todo, en la tangencialidad de las tres capillas radiales, semicirculares, que se disponen en el centro de la girola, única, conviene tenerlo en cuenta, en un templo cisterciense femenino de la Península Ibérica).
En alzado, sin embargo, las diferencias son notables, particularmente en lo que se refiere a la organización del perímetro de sus capillas mayores: gruesas columnas monocilíndricas ofrece Moreruela, sólidos pilares con varias columnas entregas, dobles las que soportan el menor de los arcos de cierre, Gradefes.
Esta disposición, que no se encuentra en ninguna de las abaciales que pertenecen por la tipología de su cabecera al grupo de Moreruela, no ha sido convincentemente explicada hasta la fecha, a pesar de las hipótesis emitidas al respecto. Su origen, imposible de desvincular del modelo de planta, habrá de buscarse con seguridad en fuentes ultrapirenaicas.
Al margen de esta cuestión, debe significarse también que buena parte de los elementos presentes en la fábrica de Gradefes son idénticos a otros existentes en la iglesia de Sandoval (capiteles, perfiles de nervios, motivos decorativos, etcétera), lo que permite pensar en la intervención de unos mismos artífices en las dos obras. El mayor avance estructural y también decorativo de la de Gradefes con respecto a la de Sandoval abona la anterioridad de esta última, obligando a datar el desarrollo constructivo o, a tenor de lo que se comentará, la progresión de la primera desde aproximadamente 1190 o muy poco tiempo después.
Se deduce de las características de la abacial de Gradefes, pues, que si sus labores, en términos absolutos, comenzaron en 1177 -así lo asegura un epígrafe conservado todavía hoy en el edificio, aunque no es seguro que esté en su emplazamiento original y, por tanto, que se relacione con el templo que vemos-, por circunstancias que se nos escapan, o se interrumpieron inmediatamente o avanzaron en un principio con mucha lentitud. Sólo en la última década del siglo, por tanto, se acometería con impulso suficiente la ejecución del edificio, paralizado de nuevo, y ahora ya definitivamente (nunca llegará a terminarse del todo y, por supuesto, lo levantado tras la primera campaña nada tiene que ver con lo precedente), a los pocos años de su desarrollo.
No mucho después de la concreción de los trabajos de Gradefes debieron comenzar las obras de la iglesia que sirve al monasterio, también femenino y leonés, de Santa María de Carrizo. Proyectado con plana basilical de tres naves, sin crucero, y con cabecera integrada por tres ábsides semicirculares, saliente el central, todos precedidos de tramo recto presbiterial, el edificio tampoco se completó de acuerdo con el esquema concebido.
En las zonas que responden al planteamiento inicial, de escaso refinamiento, por cierto, son evidentes sus deudas con la fábrica de Gradefes y, sobre todo, con la de Sandoval (tipos de capiteles; modelos de canecillos; organización de las cubiertas del conjunto de la capilla mayor; composición de ventanas, etcétera).
El impacto de Sandoval -el de Gradefes es menos acusado- resulta esencial para explicar buena parte de los rasgos que presenta la iglesia del monasterio de Santa María de Valdediós, Asturias. Fue iniciada en 1218 por un maestro, sin duda borgoñón, llamado Gualterio -proporciona ambos datos una inscripción localizada en la puerta norte del crucero-. Su planta, de cruz latina, con tres naves en el cuerpo principal, crucero marcado, con dos tramos desiguales por brazo, y cabecera integrada por tres ábsides semicirculares, el central saliente, todos con parcela recta presbiteral, es muy similar a la de Sandoval.
Solamente se diferencia de ella, de hecho, por su mayor longitud, pero no debe olvidarse que Sandoval quedó incompleta en un primer momento, retomándose las obras casi tres siglos después de la paralización, cuando seguramente la comunidad era menor y, por tanto, sus exigencias de espacio eran menos pretenciosas.
La vinculación de Valdediós a Sandoval se detecta también en el alzado (véase, sobre todo, el sistema de cubrición de las naves y en particular, por su peculiar y poco común combinación, la secuencia empleada en el conjunto del crucero), siendo ese estrecho parentesco entre ambas empresas el responsable del empleo en la iglesia asturiana de principios o soluciones de filiación borgoñona (tipos de bóvedas, composición del alzado y otros). Algunos elementos de Valdediós, básicamente de tipo ornamental, remiten, por otro lado, a recetas usuales en la arquitectura románica de la zona en que se asienta el cenobio, debiéndose tal hecho, con toda seguridad, a la participación en los trabajos del templo de maestros locales asalariados, circunstancia deducible además de la presencia de numerosas marcas de cantero en los sillares que integran sus muros.
La presencia de sugerencias locales en la fábrica de Valdediós, por escasa o poco significativa que sea su entidad en este templo, es importante por introducirnos de lleno en una cuestión cuyo análisis pormenorizado es imprescindible para una correcta aproximación a las peculiaridades de las empresas levantadas por la Orden del Císter en el Reino de León: la influencia que sobre sus construcciones, tanto en lo estructural como en lo decorativo, ejercieron las obras locales.
Comienza a detectarse esa receptividad hacia el entorno, explicable, como se dijo, por la colaboración en las obras de artífices ajenos a la comunidad, pagados por el trabajo que realizaban, en la novena década del siglo XII. Su documentación marca el arranque de una nueva etapa en el proceso de implantación monumental de la Orden, caracterizada hasta entonces, exactamente igual que en cualquier otro territorio donde hubiera estado asentada, por el exotismo total de sus planteamientos.
Esas fórmulas locales aparecen en un principio, combinadas con otras de progenie foránea, en edificaciones pertenecientes a abadías dependientes en línea directa de Casas ubicadas más allá de los Pirineos. Ilustran muy bien esta situación algunos monasterios gallegos. Citaremos cuatro. La iglesia de Oseira, por ejemplo, iniciada hacia 1185, es deudora en numerosos aspectos de las fábricas de las catedrales de Santiago (a ella remiten, entre otros datos, la planta de su cabecera, con girola dotada de cinco capillas semicirculares separadas por tramos libres, o el empleo de bóvedas de cuarto de cañón para cubrir el tramo curvo del deambulatorio) y Orense (de aquí derivan, entre otros rasgos, el abovedamiento de la capilla mayor, el empleo de ménsulas -capitel, en su mayoría sin función portante, o el tejaroz sobre arquitos que se localiza en la portada norte del crucero).
Frente a todo ello, el expediente adoptado para la cubrición de las naves del cuerpo longitudinal -bóvedas de cañón apuntado de ejes paralelos- no cuenta con precedentes autóctonos. La abacial de Melón, por su parte, principiada en la última década del siglo XII, recoge, de un lado, el modelo de cabecera de Oseira -es una replica reducida, con sólo tres ábsides, de ella-, apareciendo en su fábrica, a la vez, otros datos de inequívoco abolengo borgoñón (apertura de capillas, una por costado, a los brazos del crucero; modelos de capiteles; tipos de molduras, etcétera).
La iglesia de Armenteira, cuya primera etapa netamente borgoñona ya examinamos, introduce en la segunda, comenzada alrededor de 1200 y continuadora en muchos aspectos de pautas precedentes, expedientes o soluciones de evidente filiación mudéjar. Así sucede, sobre todo, con la cúpula sobre nervios que cubre el tramo central del crucero. El templo de Montederramo, en fin, empezado verosímilmente al filo del cambio de centuria, combina una planta de tipo bernardo (el edificio actual, renovado a partir de 1598, se supedita escrupulosamente al trazado del precedente) con rasgos como el atado de contrafuertes por medio de arcos doblados, expediente que se explica a partir del modelo inmediato de la catedral de Orense, deudora a su vez de la de Santiago.
La permeabilidad a propuestas del entorno irá incrementándose progresivamente, siendo especialmente evidente en las fábricas de fundaciones o afiliaciones indirectas. Se trata de aquellas cuya abadía-madre ya no se sitúa más allá de los Pirineos, sino en su propio territorio, sin importar ahora su mayor o menor lejanía. También se da en las construcciones de cronología tardía, casi siempre de pequeña entidad y, por consiguiente, con menos bienes disponibles. Todo ello en modo alguno debe resultar extraño, visto lo ya indicado a propósito de las normas de funcionamiento interno de la Orden.
En estas obras -véanse los casos, por ejemplo, de las abaciales de Xunqueira de Espadañedo o San Clodio, ambos en Orense, las dos con planta basilical de tres naves, sin crucero en Xunqueira, no marcado en San Clodio, y cabecera con tres ábsides semicirculares, comenzadas ya en el siglo XIII (muy a principios, Xunqueira; tras 1225, San Clodio) y pertenecientes a monasterios dependientes de otro asentado en Galicia (Montederramo y Melón, respectivamente); lo específicamente cisterciense apenas se detecta (cierto tono de austeridad, no tan insistente como antes; uso de ménsulas y fustes truncados, etcétera). Es por ello muy difícil distinguir las edificaciones de la Orden de otras coetáneas extrañas a su órbita.
El proceso de regionalización de la edilicia cisterciense llegará hasta sus últimas consecuencias en un testimonio como el del monasterio de Santa María de Nogales, León. Su iglesia, hoy casi totalmente arruinada -no conocemos con seguridad, por tal motivo, la organización de su cabecera y crucero-, es, por el material empleado en su construcción -ladrillo- y por sus características estructurales y decorativas, una obra mudéjar y su valoración hay que hacerla en el marco de la arquitectura mudéjar leonesa. Nada tiene que ver ya, pues, con las premisas que habían significado a las empresas de la Orden.
Esta pérdida de esencia, consumada ya en los años centrales del siglo XIII, que es la fecha que corresponde a lo fundamental de Nogales (la iglesia, al parecer, fue consagrada en 1266), es el resultado lógico de la merma de protagonismo espiritual, social y económico de los monjes blancos, declive, ya comentado en la introducción histórica, generado por causas diversas, unas internas, otras externas al propio organismo monástico.
Conviene señalar, no obstante lo anterior, que la apertura a influencias locales no afectó a todas las empresas levantadas durante o a partir de la segunda fase de la implantación monumental cisterciense. Algunas continuaron dependiendo totalmente, tanto en planta como en alzado, de prototipos extraños al país. Así sucedió en las abaciales de Meira, Lugo, y Oia, Pontevedra. La primera, iniciada hacia 1185, ofrece una planta que, salvo por la configuración semicircular de su capilla mayor, responde al modelo bernardo canónico. Este, caracterizado por el uso exclusivo de líneas y ángulos rectos, aparece en la iglesia de Oia, principiada en la última década del siglo XII. Un dato, de escasa entidad en apariencia, confiere a este templo un realce excepcional: el escalonamiento de las capillas laterales (no están cerradas a oriente por un muro común plano) es el único caso conocido hoy en abaciales cistercienses dotadas de cinco ábsides.
Por lo que toca a los alzados de estos edificios, los dos remiten a prototipos borgoñones en su ordenación, si bien sus puntos de partida son diferentes. Meira, cuya nave central ostenta bóveda de cañón apuntado y las laterales otras de arista, deriva en última instancia, como Armenteira, de la solución ensayada en aquel territorio por vez primera en la abacial de Cluny III. Oia, por el contrario, emplea la solución que, según todos los indicios, fue adoptada ya en la segunda iglesia construida en Clairvaux bajo la inmediata supervisión de san Bernardo.
Es decir, bóveda de cañón apuntado en la nave mayor, prolongada sin interrupción hasta la capilla principal, y otras de análoga configuración, pero perpendiculares al eje de la anterior, sobre cada uno de los tramos en que se subdividen las naves menores. Este modelo constructivo, de utilización mucho más frecuente que el existente en Meira y Armenteira, es el que de una manera más estricta responde a las severas prescripciones bernardas en materia de arquitectura eclesial monástica. Si bien no hay información a favor de su participación directa en su sistematización, el que lo hubiera adoptado para la iglesia de su monasterio es prueba inequívoca de que lo había aprobado y considerado como el más apropiado para tal misión.